Mucha gente se queda sorprendida cuando les cuento la buena relación que sigo manteniendo con mi familia americana, a pesar de los casi 6 años que han pasado ya desde mi año escolar en Estados Unidos. Y cada vez que escucho un “pero, ¿todavía te sigues llevando con ellos?” se me rompe un poquito el corazón. ¿Cómo que “todavía”?… ¡no me imagino mi vida sin mi familia americana!
Desde que dejé mi hogar americano hace seis años solo he podido volver una vez de visita, pero aun así hemos mantenido el contacto a través de Skype, Facebook y WhatsApp. Tengo la enorme suerte de poder ver a mi madre americana una vez al año, ya que por motivos de trabajo tiene que venir a Europa para unas reuniones internacionales, así que aprovecho para hacer una escapadita e ir a verla.
No os voy a mentir, cuesta mantener el contacto, sobre todo con todos los trabajos de la universidad y lo ajetreadas que son nuestras vidas. Sin embargo, nos las hemos arreglado para mantener ciertas tradiciones familiares. Cada fin de año tomamos las doce uvas todos juntos vía Skype; mis padres y yo a las 12 de la noche hora española y mi familia americana a las 6 de la tarde. Es una tradición que les gusta mucho, especialmente a mis hermanas americanas, ya que allí no es costumbre hacerlo.
Este año estoy viviendo en Canadá gracias al programa de Gap Year de FSL. Tenía muchas ganas de volver a pasar las Navidades con mi familia Americana, así que aprovechando las vacaciones, decidí ir a verlos a Indiana. Desdé allí nos fuimos todos juntos a Florida, de donde son sus tíos y abuelos; así que al final acabé pasando el 25 de Diciembre en la playa de Miami. Palmeras decoradas con luces, Santa Claus en bañador, villancicos versión “tropical”… ¡Para nada unas Navidades corrientes!
Después de Miami volvimos de nuevo a Indiana, y como yo no empezaba mis clases hasta finales de enero, decidí quedarme con ellos un par de semanas más. Creo que hasta entonces no me había dado cuenta de todo el tiempo que había pasado desde que viví con ellos. La casa estaba cambiada, mis amigos del instituto ya no estaban y mis hermanas americanas habían crecido.
Reina, la mayor, está ahora en plena adolescencia, así que aprovechó este tiempo juntas para contarme sus secretos y pedirme consejo. Porque al fin y al cabo, como ella dice, “yo soy su hermana mayor y sé que hacer en todo momento”. En realidad no se me da nada bien esto de la vida adulta, pero ella sigue insistiendo en que sí.
Halle, la mediana, es una pre-adolescente, pero todavía no ha perdido sus ganas de jugar a hacer de profesora y ponerme deberes. No os lo vais a creer, pero jugando con ella conseguí memorizarme todos los estados y sus capitales.
Por último, Kohlee, la pequeña de la familia… ¡ay, Kohlee! Cuando llegué a su casa por primera vez hace seis años era un bebé con mejillas sonrojadas de apenas tres meses. Vi como daba sus primeros pasitos, le cambié los pañales y escuché sus primeras palabras. Y ahora resulta que es una niña de ricitos dorados capaz de saltar charcos sin agarrarme de la mano. Creo que ningún “te quiero” me ha llegado tanto al corazón como cuando me lo dice ella al darle las buenas noches.
Sí, el tiempo vuela, y lo peor es que no nos damos cuenta. Pero si algo he aprendido es que en realidad no importa el tiempo que haya transcurrido, porque cuando vuelves a ver a tus seres queridos todo se detiene; y por un instante, vuelves al pasado. Vuelven las risas y las payasadas juntas, vuelve cantar a grito pelado las mismas canciones en el coche y los desayunos de tortitas con sirope cada domingo.
Porque, al fin y al cabo, como dicen en la famosa película Lilo y Stich, “Ohana significa familia, familia que estaremos juntos siempre”.
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